Las grandes naciones
crecen sobre la base de estrategias bien diseñadas para garantizar los
servicios esenciales a la población. Es así como logran
establecer sistemas económicos fuertes que sirven de modelos a otros países en
vía de desarrollo.
Ese desarrollo sistemático se logra mediante la
aplicación de impuestos, de manera que con el tiempo se devuelven esas
erogaciones con bienes y servicios garantizados.
No es fácil en una
nación pobre aplicar reformas económicas, especialmente cuando se acostumbra a
la población a depender de las políticas sociales del Estado.
Muchos ciudadanos
entienden, y no es así, que el gobierno debe resolverles todos sus problemas y
lo más lógico es que ese compromiso sea compartido con sacrificios colaterales.
Pero resulta que nadie se atreve a sacrificarse y en cambio cada día exigen más
beneficios.
El proyecto de reforma
fiscal que está en manos de los legisladores
agravará la situación a muchos dominicanos, pero no hay otra salida que
recurrir a ese odioso mecanismo. Son medidas desagradables y obligatorias.
Los partidos de la
oposición, el sector empresarial, los sindicalistas y demás líderes de los
denominados grupos fácticos están conscientes de esa situación. Sin embargo, se
convierten en los principales promotores de la desestabilización social al
respaldar actos de protestas para sacar provecho político y beneficios
personales.
Esas manifestaciones
están desacreditadas. Son movimientos subsidiados y de eso viven los
promotores. Organizar huelgas se ha convertido en una profesión lucrativa. Es
un mecanismo de presión planificado y dirigido por individuos entrenados en
esas cosas.
Esos actos de protesta
tienen éxito cuando la población en pleno las apoya. Resulta que la mayor de
los ciudadanos se abstiene de salir a la calle en esos días para proteger sus
vidas, pero los huelguistas aprovechan esa ausencia involuntaria del ciudadano
para acreditarse “un triunfo” que sólo maquina en sus mentes desnutridas.
Siempre que se anuncian
reformas económicas, surgen los mismos movimientos fácticos con los mismos eslóganes.
Son las mismas gentes y los mismos propósitos. Y las cosas no pasan de ahí.
Algunos empresarios,
los chupasangres de doble moral que se benefician de los gobiernos y que lo
quieren todo para ellos, son los que subsidian a esos movimientos, además de
los frustrados partidos políticos de la oposición y empresarios del transporte.
Lamentablemente, por
más que pataleen, la reforma fiscal va. Es una medida dolorosa que las imponen
los organismos financieros internacionales con quienes estamos endeudados hasta
el cuello.
Debemos acostumbrarnos
a los impuestos, aunque reconocemos que el Estado nunca compensa a la población
como debe ser, política que debe cambiar para que en el futuro los ciudadanos
puedan respaldar futuras medidas de esa naturaleza.