Un buen Gobierno no es el que hace las cosas bien, sino el que deja esa percepción. En esa tesitura, esta administración del presidente Leonel Fernández exhibe un máster, porque ha sabido maniobrar para escurrir el fango y la pestilencia de cada uno de los escándalos con que ha tenido que lidiar desde que volvió al poder en el 2004. Los recientes escándalos lo han confirmado.
Claro que de algo ha tenido que servirle no sólo esa red bien ensamblada que elabora la agenda para el debate de la problemática nacional, sino una prensa dócil, o al menos sin interés en sacar a relucir la verdad y establecer responsabilidades ni siquiera en alborotos, que es mucho decir, con los préstamos para el equipamiento de la Policía y el Metro, así como con contratos tan cuestionados como la concesión para el cobro y recuperación de patrimonio público de Bienes Nacionales con una empresa privada y el de la Isla Artificial.
Es así como, con todo y que sea el que tiene la máxima responsabilidad sobre sus hombres, se las ha arreglado para sacudirse el polvo, pero dejar embarrados a los congresistas por la aprobación de iniciativas que partieron del Poder Ejecutivo, iniciativas que, como la mierda, mientras más se bate más hiede.
¿Por qué no retiró, al menos hasta que fuera esclarecido por una comisión designada al respecto, el lesivo préstamo por 132. 4 millones de dólares para equipar la Policía? Coincidencia suspicaz de que todo el desbarajuste ocurriera, como si se colara por debajo de la mesa, en medio de la discusión y aplicación de las medidas adoptadas por el Gobierno para enfrentar la delincuencia callejera, que hasta ahora es la única que preocupa a los grupos fácticos.
Se cuestiona la aprobación de los contratos y proyectos remitidos por el Ejecutivo, pero nadie pregunta por qué no se esperó la instalación del Congreso peledeísta para presentar las piezas. La respuesta es obvia: de esa manera el Gobierno no tendría pretextos ante un sector de la opinión pública con las dos cartas que ha jugado.
Ahora el que está embarrado por aprobar lo que el Gobierno sometió para que se aprobara, y se dice que hasta para lo que maniobró, es el Congreso saliente. No se habla siquiera del repentino interés, aléguese lo que se alegue, en la Isla Artificial ni en la sobrevaluación de equipos y unidades del préstamo para la Policía ni el silencio al respecto de la Comisión de ética y combate de la corrupción, sino del escarnio de la sanción legislativa.
Sería interesante, con todo y que sea mucho pedir, que se comenzara por el principio y no por el malestar que ha supuesto la aprobación de las iniciativas. Porque ahora se ha determinado que hasta la Dirección General de Crédito Público de la Secretaría de Finanzas objetó el empréstito para la Policía.
El giro del escándalo es tan obvio, que desde las esferas oficiales se ha hecho más énfasis en la Isla Artificial que en los oscuros préstamos y contratos con un coro que confirma que el Gobierno está bien.
