En las votaciones de mañana sólo está en juego la renovación del Congreso y los ayuntamientos, pero pasarán a la Historia como las más huérfanas de propuestas, agresivas, costosas y por su nivel de rastrería que remite a los tiempos en que el profesor Juan Bosch enarboló la consigna de "vergüenza contra dinero". Sin resaltar, por supuesto, la presencia en boletas de especímenes promotores del vicio, que ultrajan valores como la decencia, el trabajo, el decoro y la inteligencia.
Los indecisos en víspera de las votaciones deben contarse con los dedos de las manos, pero no así los que indignados por la indecencia y la ausencia de un discurso sincero e impactante optarán por quedarse en sus casas hasta que pase el carnaval. Si algo caracterizó a este proceso fueron las prácticas deleznables, que evidenciaron la miseria moral y material de una sociedad digna de mejor suerte.
Pero con todo y que parezca una forma de perder el tiempo, la gente debe ir mañana a las urnas, aunque sea para votar en blanco, porque al menos de esa forma contribuye a fortalecer el sistema institucional. Porque la verdad es, sepa a lo que sepa, que la debilidad institucional representa, con la corrupción, una de las grandes lacras que limitan el desarrollo de esta nación.
Ha sido por esa puerta que han entrado, por ejemplo, figuras que hoy concursan en la vida política en base a su dinero, pero no a su preparación y solidaridad con las causas más nobles del pueblo. El voto es también una forma de cerrar el paso a rufianes que tienen en la política un medio para enriquecerse, satisfacer apetencias personales o lavar imágenes.
La pasión y zancadillas que caracterizan los procesos electorales impiden ver y reflexionar sobre las condiciones de los candidatos, que sería en realidad lo digno de ponderar a la hora de escoger los representantes congresionales y municipales. El voto preferencial ofrece la oportunidad de buscar en cada partido aquellos candidatos que conjuguen las cualidades que anhelemos en los integrantes de las cámaras legislativas y los cabildos. No es cuestión de histerismo ni de maniqueísmo, sino de conciencia.
Son éstas unas votaciones en que, pese a la estruendosa y avasallante propaganda, que incluso ha puesto a rodar poses solemnes, los electores no tienen ni que pensar mucho, sino ver; porque, como aconseja Mateo: "guardaos de los falsos profetas, que vienen a vosotros vestidos de ovejas, pero por dentro son lobos rapaces". Y agrega "por sus frutos los conoceréis…".
Sobre esa base, escoger a los más dignos representantes, aquéllos que se identifican con las necesidades y sentimientos de las mayorías, es de las principales responsabilidades del electorado. Porque sabido es que con su voto, en el supuesto que cumpla el deber de ejercerlo, compromete el presente y el futuro de la nación.
El voto de confianza, que con su elogio a la organización del proceso han otorgado a la Junta Central Electoral la embajada de Estados Unidos y la Organización de Estados Americanos (OEA), es una grata señal de alivio.
